1. Adoración en general (del hebreo Sahjah) significa postrarse o inclinarse. De modo que, estrictamente hablando, prima facie, adorar tiene que ver con la posición corporal que responde a una consideración interior (homenaje, reconocimiento o sumisión). La primera vez que aparece este término en la Biblia es Gn. 18.13 donde se lee que Abrahán “Se postró en tierra” ante “tres varones” que se identifican como el Señor y dos ángeles (véanse vv. 1,13 y 19.1).
2. La adoración bíblica en relación a Dios es la respuesta debida de criaturas racionales ante la revelación de su creador. Son acciones cúlticas encaminadas a mostrar agradecimiento por todo lo que el Señor le ha dado a sus hijos. Un término asociado a la adoración es “alabanza” (del hebreo Halal) que significa glorificar, celebrar y cantar. Al igual que “adoración” este término no solo era usado respecto de Dios (v. gr. la gente también se postraba ante reyes y los celebraba), pero una enorme cantidad de ocasiones la palabra alabanza está vinculada con el culto a Dios (véase Sal.148:2–5). Según todo lo anterior, no conviene distinguir entre adoración y alabanza, y nada tienen que ver estas palabras con tesituras musicales. El popular mito de que la “adoración” se compone de canciones tranquilas para la meditación mientras que la “alabanza” se integra de melodías alegres y jubilosas es una de las perversiones más insólitas en la Iglesia moderna.
3. La base de la adoración es el pacto de la gracia en el cual Dios, libremente, condesciende con los hombres y los expone a sí mismo mostrándoles sus atributos y entregándoles promesas y muchos otros privilegios mediante la fe en Jesús que él mismo les regala, a los cuales aquellos responden con humildad, confesión de pecados y gozo sobrenatural. En este sentido, la adoración es un elemento central del culto en la Iglesia como lo será por la eternidad en el cielo (véase Ap. 4:8–11; 5:9–14; 7:9–17, entre otros).
4. La adoración se puede dar en privado o en público. En el Antiguo Testamento la adoración pública tenía algunos puntos de orden precisos a desarrollar: el sábado, las tres fiestas (La fiesta de los panes sin levadura, la fiesta de la siega y la fiesta de la cosecha), el día de la expiación una vez al año, el sistema sacrificial diario y mensual, los rituales de purificación personal y los de devoción (v. gr. La consagración de los primogénitos). En la Iglesia del Nuevo Testamento el sacerdocio eterno de Cristo reemplaza el sistema mosáico apartando el pecado ( Heb. 7–10), el calendario judío deja de aplicarse, el culto sabático se pasa al primer día de la semana y se consolida como “el sábado cristiano”, y la eucaristía y el bautismo reemplazan a la pascua y la circuncisión, respectivamente.
5. A pesar de los cambios cúlticos del Antiguo al Nuevo Pacto los elementos esenciales de la adoración permanecen. Las genuflexiones (1 R. 8.54), el levantar las manos (1 Ti. 2.8) y el canto (Sal. 81.1; Ef. 5:19–20), entre otros aspectos, continúan siendo la manifestación exterior de la condición del alma humana redimida.
6. Considerando todo lo anterior, se puede concluir que la adoración cristiana es un hecho que se consolida sucesivamente, a lo largo de toda la vida, en el espíritu y cuerpo del hombre en razón de la gracia que recibe de Dios. Pero es durante el culto congregacional que por medio de oraciones, confesión de pecados, canto, testimonios, acciones de gracia, sacramentos y exposición a la Palabra de Dios que el hecho de la adoración cristiana adquiere una especial relevancia: el cuerpo de Cristo se reúne y adora, participa de la comunión de los santos y entera al mundo impío de la unidad de los fieles en el Espíritu de Dios.
7. Es una equivocación garrafal decir que la adoración se reduce a la música y el canto en la Iglesia. Es verdad que estos elementos han sido parte fundamental de la liturgia a lo largo de los siglos, pero también lo es que tratándose específicamente de la música y el canto, no pueden estimarse como de primera importancia a menos de que esos elementos del culto sirvan para hacer más inteligible el mensaje de la predicación de la Biblia. La música y el canto son relevantes en la medida que aclaran la verdad de la exposición bíblica. Por el contrario, se vuelven irrelevantes y aún pueden llegar a estorbar en la comprensión del evangelio cuando su cometido se pervierte y el sonido y las emociones se convierten en un fin en sí mismos, vacíos de las condiciones necesarias para la edificación del pueblo de Dios según la sana doctrina. Por todas estas razones el apóstol se expresó: “Entonces, ¿qué debo hacer? Pues orar con el espíritu, pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu pero también con el entendimiento” (1 Co. 14.15).
8. Jesús afirma: “Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad” (Jn. 4.24). La palabra “espíritu” (en minúscula) se refiere al espíritu del hombre, así que el hombre debe adorar a Dios desde su interior y no solo en forma exterior. Jesús no está descalificando la liturgia en su aspecto público -pues el mismo instituye dos sacramentos y convoca a los suyos a la santa reunión en unidad- sino que está destacando la necesidad de que la adoración cristiana visible sea una réplica de la espiritualidad invisible. Esta adoración en espíritu debe darse “en verdad”, es decir, acorde a la voluntad revelada de Dios.
9. Por tanto, aquellos que afirman que la música y el canto son la parte más importante del culto cristiano están cometiendo dos errores: primero, reducen la adoración a uno de los elementos litúrgicos lícitos, y segundo (lo más grave) desordenan las palabras de Cristo quien nos enseñó que nuestra adoración en espíritu debe ajustarse a la verdad revelada -encarnada en un principio en su persona y después legada a la Iglesia definitivamente con el cierre del canon bíblico a través de la guía del Espíritu Santo- que solo puede conocerse mediante la predicación sana y expositiva de la Biblia. La música y el canto están al servicio de la exposición de la verdad, y no al revés.
10. Entonces, este es un llamado urgente a los hermanos en general y a los músicos y cantantes en particular para que busquen “adorar en verdad” y no solo en espíritu, esto es, conforme a la inspirada e infalible Biblia y no únicamente como sus sentidos y emociones les dan a entender. También es un llamado a abandonar cualquier práctica musical y arte de composición que no haga más entendible el mensaje que se predica en la Iglesia, lo cual se logrará una vez que el pastorado y los cantantes y músicos se comuniquen entre sí y preparen una liturgia en la que todo apunte hacia el mismo lugar: la persona y la obra de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios.